¿Qué es el ecofeminismo? El término sugiere ya de por sí una relación entre el movimiento ecologista y el feminismo. ¿De qué naturaleza es una relación tal? Hay quienes la establecen en base a que existiría un isomorfismo entre la dominación de las féminas por los varones y la opresión del mundo natural por la especie humana. Una vez más nos topamos con la ecuación mujer=madre naturaleza. Falsa ecuación donde las haya: las mujeres pertenecemos de pleno derecho al ámbito de lo humano. Y falsa también en tanto que se constata empíricamente que entre ambas dominaciones (varón-mujer, varón-naturaleza) no existe una relación isomórfica. Se puede verificar que muchos pueblos indígenas que oprimen a las mujeres dispensan un trato exquisito a la naturaleza (los bororo de Brasil serían un ejemplo de ello) y otros, que no maltratan a las féminas especialmente, no dispensan a la naturaleza (animales, mundo vegetal) un trato precisamente exquisito. En este terreno solamente nos podemos atener a la empiria si no queremos caer en falaces generalizaciones ideológicas.
Hay una razón mucho más seria y mejor fundada para dar cuenta de la alianza entre un amplio y significativo sector del movimiento feminista y otro compuesto por los varones no misóginos que no nos mandan con tonos paternalistas “a remendar la capa de ozono”. Esta razón tiene que ver, mejor dicho, se identifica con el pensamiento crítico mismo. Quienes quieren mujeres emancipadas desde los presupuestos que en su día constituyeron la Ilustración europea del siglo XVIII –y lo que en otra parte hemos llamado “vetas de Ilustración”- aspiran a respirar en una naturaleza donde los animales no humanos no sufran, vivan con dignidad (la polémica de los derechos de los seres vivos no humanos es demasiado compleja para abordarla aquí) y su ser no se agota en función de lo que significa el “antropos”. Por aquí sí percibiríamos un pertinente engarce conceptual entre feminismo y ecologismo. El feminismo es antiandrocéntrico: es esta una de sus características definitorias. Redefine el mundo liberándolo de ese sesgo sexista que todo lo empobrece y lo distorsiona, como si solo hubiera que convalidar la mirada del varón. Análogamente, no solo se debe legitimar la apreciación del mundo de los humanos, en sentido genérico: del anthropos, como lo llamaban los griegos (si bien haciendo trampa y solapando su sentido con el de aner, que significa varón). Las otras especies tienen interesantes percepciones que aportar y que debemos integrar para no tener un mundo que se cree solemnemente antropocéntrico y, desde una perspectiva no sesgada viene a ser, simplemente, paleto.
Entre la militancia ecologista predominan las féminas sobre los varones. Y no es de extrañar. Por ejemplo, las mujeres son sujetos más vulnerables que los varones a la contaminación. Una muestra: los derivados del petróleo usados en la agricultura tienen una composición química similar a la de los estrógenos, vinculados al aumento de la incidencia del cáncer de mama. La tala de bosques por parte de las multinacionales las obliga a buscar la leña a gran distancia de sus casas, cuando antes disponían de ella a mano. La calidad de vida de las mujeres se ha deteriorado, y tan sólo este hecho justificaría ya la existencia del ecofeminismo. En el contexto de la crisis del neoliberalismo financiero hay que unir todos los frentes.
Ecofeminismo. Para otro mundo posible. Alicia Puleo. Ediciones Cátedra / Universidad de Valencia / Instituto de la Mujer. Madrid, 2011.
Artículo publicado en Babelia, suplemento cultural de EL PAÍS el 31 de marzo de 2012.
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CELIA AMORÓS (Valencia, 1944) es Catedrática en el Departamento de Filosofía y Filosofía Moral y Política de la UNED. Premio Nacional de Ensayo en 2006 por La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias... para las luchas de las mujeres (Cátedra), es autora de títulos como Hacia una crítica de la razón patriarcal (1985), Feminismo y filosofía (2000) y Vetas de ilustración: Reflexiones sobre feminismo e islam (2009).
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